Contra las auditorías ideológicas

Por Francisco Resnicoff

Especialista MAD en Relaciones Internacionales

Javier Milei decidió la semana pasada echar a la Canciller Diana Mondino. Fue un desenlace anunciado para una ministra de gestión deslucida, sin comunicación fluida con el Presidente y que era objeto de crecientes críticas internas, especialmente luego del tempestuoso paso de Milei por la Asamblea General de Naciones Unidas en septiembre. La excusa fue la resolución de la Asamblea General de la ONU para terminar con el embargo de Estados Unidos a Cuba. El resultado fue 187 votos a favor, 2 en contra (Estados Unidos e Israel) y una abstención (Moldavia). El voto argentino en la materia es casi mecánico, basado en los principios de no intervención y de libertad de comercio. Se repite desde hace décadas. Además, forma parte de una abrumadora mayoría. En definitiva, es un tema que difícilmente se cuele en la agenda política nacional, salvo que haya habido una voluntad manifiesta del gobierno en ese sentido.

Interpretaciones de la salida de Mondino hay muchas. Las que hacen foco en intrigas palaciegas son las menos interesantes. Basta decir que las sobreactuaciones de la ex-canciller para congraciarse con el Presidente no alcanzaron para torcer su destino. En las últimas semanas se había esforzado en dejar claro que “la única batalla que vale la pena dar es la batalla cultural”, había deseado un “felíz día de la raza” el 12 de octubre, y había pedido “no discutir si hay o no cambio climático». “Para aquellos que creen y que piensan que hay que reducir carbono la opción más fácil, más barata y más inteligente es invertir en la Argentina”.  

Una explicación alternativa es que el Gobierno buscó enviar un gesto a Trump, anticipando una victoria en las elecciones del 5 de noviembre. Una acción así sería temeraria, pero no improbable por parte de Milei. El tema es que nadie se lo pide. Si el voto en esa resolución fuera tan relevante para Estados Unidos, éste habría hecho algún esfuerzo por torcer voluntades. Pero, con la excepción de Israel, ninguno de sus aliados tradicionales ni de los gobiernos de la familia ideológica del candidato republicano sintieron la necesidad de cambiar de parecer.

Un tercer ángulo es el del posicionamiento internacional como rueda de auxilio de la batalla cultural. Es práctica habitual de los populismos de cualquier variante el uso de la política exterior como expresión del “núcleo duro” doctrinario. En el caso de Milei, la política exterior cumple la importante función de refugio simbólico del ideario libertario. Con un costo que se percibe insignificante, da una vía de escape a las presiones generadas por la falta de resultados de gestión o los inevitables compromisos propios de la vida en democracia.

La relevancia asignada a esta función de la política exterior explica el énfasis del Presidente en sus últimas intervenciones. En su discurso ante las Naciones Unidas, Milei no sólo denunció la agenda 2030 como una conspiración socialista. También propuso una nueva “doctrina de la libertad” que abandonaría la histórica “neutralidad argentina” y rechazaría cualquier política “que implique la restricción de las libertades individuales, del comercio, ni la violación de los derechos naturales de los individuos” (nótese la contradicción con la denuncia del voto sobre el embargo a Cuba). Pocos días después, envió una comunicación oficial al cuerpo diplomático advirtiendo que “deben acompañar las ideas de la libertad o dar un paso al costado”. En el comunicado de la renuncia de Mondino, directamente amenaza con iniciar auditorías al personal de carrera para “identificar impulsores de agendas enemigas de la libertad”.

La última comunicación es un macartismo explícito. Tomadas las tres en conjunto, son una muestra de debilidad más que de fortaleza. Pero, por sobre todas las cosas, implican una contradicción flagrante con principios básicos del interés nacional. En términos generales, porque el derecho internacional es un recurso importante para los estados débiles. Denunciarlo es un error. Por otro lado, porque la sobre ideologización puede alejarnos de occidente” (como ya ha pasado en algunas votaciones en ONU y en OEA) y debilitar nuestra posición negociadora en temas tan importantes como la recuperación de la soberanía sobre las Islas Malvinas. Finalmente, porque impone costos a nuestras posibilidades de desarrollo futuro.

Un ejemplo claro es la agenda de cambio climático y de desarrollo sostenible, uno de los blancos preferidos de la nueva doctrina de política exterior que quiere imponer Milei. De acuerdo a un informe reciente del BID, en los últimos años la proporción de acuerdos comerciales con salvaguardas ambientales alcanzó el 90%. Eso incluye el USMCA entre Estados Unidos, México y Canadá, firmado durante la presidencia de Trump, y el Acuerdo Unión Europea-Mercosur, que sería muy beneficioso para Argentina. Europa ya aprovechó el desprecio de Bolsonaro por la agenda de cambio climático para frenar y renegociar el acuerdo. Milei ahora les da una excusa parecida.

Por otro lado, los préstamos de los bancos multilaterales de desarrollo están cada vez más atados a condicionalidades ambientales. Todos se han impuesto metas crecientes de financiamiento climático. CAF busca consolidarse como el “Banco Verde de América Latina”. El sector privado también avanza en esa dirección. Casi la mitad de las empresas Fortune 500 participan de iniciativas climáticas, y muchas toman en cuenta el track record del país en la materia antes de decidir una inversión. Las principales empresas de base tecnológica, intensivas en el uso de electricidad, están invirtiendo fuertemente en energías renovables.

El negocio de Argentina no pasa, entonces, por denunciar esa agenda o dudar de la evidencia que la respalda. Reconociendo que el problema existe, deberíamos estar defendiendo en cada foro el principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas, el uso del gas natural como energía de transición, o la intensificación de la energía nuclear con fines pacíficos, entre otros temas. Deberíamos argumentar que necesitamos metodologías de medición de emisiones de gases de efecto invernadero que consideren el ciclo completo de los procesos productivos. Deberíamos estar trabajando para posicionar a la Argentina como un proveedor eficiente y sustentable de proteínas animales y vegetales. Toda esa agenda queda obturada por la hiper-ideologización de la política exterior que propone Milei.       

El cuerpo diplomático se enfrenta a tres opciones: obedecer sin reparos, desafiar, o contornearse. Obedecer no es opción. En el mundo de hoy no hay forma de hacer política exterior dentro de los límites estrictos que impone la palabra del Presidente. No podemos ir por los foros internacionales declamando posiciones ultra-minoritarias que llevan a más aislamiento. El nuevo Canciller deberá aprovechar la cercanía personal con el Presidente para transmitir esta preocupación. El costo de desafiar ha aumentado considerablemente luego del último comunicado. Debemos asumir que el Presidente va en serio cuando dice lo que dijo, al menos en el corto plazo. Queda entonces maniobrar. Decir sin decir, o, mejor, no decir nada. Esperar que el paso del tiempo suavice posiciones y que la caza de brujas no se materialice. Serán tiempos de diplomacia temerosa, alguna que otra denuncia, e intensificación del control de daños allí donde pueda hacerse. En definitiva, un pésimo uso de nuestros ya escasos recursos diplomáticos y un sacrificio del interés nacional al altar de la ideología.

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