El futuro de la educación superior

Por Mariana Gordillo
Especialista Educación MAD

El conflicto por el financiamiento de las instituciones de educación superior volvió a poner en debate la importancia de la educación para alcanzar el crecimiento económico y el progreso tanto a nivel individual, social y como país. 

El sistema universitario nacional está conformado por universidades nacionales, provinciales, estatales o privadas reconocidas por el Estado; institutos universitarios públicos o privados. Según datos proporcionados por el Departamento de  Información Universitaria, dependiente de la Subsecretaría de Políticas Universitarias de  la Secretaría de Educación, actualmente hay 57 universidades nacionales de gestión estatal. 

Según datos oficiales, de los 300.000 estudiantes universitarios en 1983 se pasó en 2022 -el último registro disponible-, a más de dos millones de estudiantes en universidades e institutos universitarios de gestión estatal. Es decir, en nuestro país ocho de cada diez estudiantes universitarios eligen formarse en instituciones públicas. 

Tenemos un sistema universitario de calidad reconocido por su excelencia académica en todo el mundo. Se destaca el caso de la Universidad de Buenos Aires (UBA) que, con más de 385.000 estudiantes se encuentra entre las 100 mejores del mundo, según el listado de 2024 elaborado por la firma de análisis Quacquarelli Symonds, junto a dos otras universidades latinoamericanas (la Universidad  de San Pablo y la Universidad Nacional Autónoma de México). La UBA, fundada en 1821, es una universidad pública y gratuita donde se han graduado cinco premios Nobel. 

Los números presentados demuestran la magnitud e importancia de nuestro sistema de educación superior, reafirmando la importancia de contar con una educación superior de calidad. Tal como lo expresa la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), la educación superior constituye un rico bien cultural y científico que  favorece el desarrollo personal y las transformaciones económicas, tecnológicas y sociales. Asimismo, estimula el intercambio de conocimientos, la investigación y la innovación, y dota a los estudiantes de las competencias necesarias para que respondan a la evolución constante del mercado laboral. Para los estudiantes en situación de vulnerabilidad, constituye un pasaporte con miras a la seguridad económica y a un futuro estable.

Sin embargo, las ventajas que nos ofrece nuestro sistema de educación superior no nos eximen de tener algunos focos que nos exigen mejoras. La información estadística disponible nos alerta sobre algunas cuestiones:

  • Sólo 1 de cada 10 jóvenes (12,4%) del decil de ingresos más bajo asiste a la universidad. Mientras que en el decil más alto, casi la mitad de los jóvenes (46,0%) lo hace.  
  • Permanencia en la universidad: se muestra que a medida que avanzan los años de educación universitaria, los estudiantes del primer decil tienden a representar un porcentaje cada vez menor de la población universitaria. Pasando de representar el 7,9% en el primer año al 1,1% del total en el 5to año de universidad. Mientras que lo contrario sucede con el decil más alto de la población, el cual pasa de representar un 5,3% en el primer año, a un 12,7% en el 5to año.
  • El porcentaje de población entre 25 y 34 años con estudios superiores completos (universitarios o técnicos) de Argentina es menor al de los países de América Latina en la OCDE y Brasil.
  • Según datos oficiales de la Secretaría de Políticas Universitarias, la duración promedio de las carreras en Argentina está muy lejos de los 4 años: en los hechos, los estudiantes tardan en promedio 9 años en terminar sus carreras. El 27,7% de las/os egresadas/os de grado lo hace en el tiempo teórico esperado para una determinada carrera. Estatales: 23,7% Privadas: 40,8%.- Esto significa que menos de un tercio de los universitarios egresan en el tiempo previsto por el plan de estudios. Las trayectorias se prolongan no solo porque en Argentina las carreras son más largas que en otros países, también incide la alta proporción de estudiantes que trabajan; así como cuestiones académicas (rigidez de los planes de estudio o la falta de coordinación entre materias correlativas, que puede hacer que un alumno que desaprueba una asignatura pierda un año de cursada).

Todos estos datos se constituyen como alarmas sobre el funcionamiento efectivo de nuestro sistema de educación superior y es donde deberíamos centrar la discusión y nuestro esfuerzo colectivo. Mejorar la oferta educativa superior en Argentina implica cambios que requieren un proyecto educativo que, principalmente, no dependa de los tiempos de una gestión, sino que los trascienda.  

Según el Informe realizado por UNESCO “Caminos hacia 2050 y más allá”, la educación superior en 2050 no solo consiste en poner las oportunidades de aprendizaje a disposición de más estudiantes, sino también en insistir en la necesidad de proporcionar experiencias educativas de alto nivel y servicios de apoyo para preparar a los estudiantes para las realidades futuras. Un aspecto clave a tener en cuenta, es el desarrollo de las tecnologías digitales -como el big data, la inteligencia artificial – ya que han introducido profundos cambios en la vida y el trabajo de la población estableciendo nuevos requisitos de conocimientos, habilidades y capacidades.

La educación superior está siendo presionada a innovar constantemente. Así, mejorar la calidad implica revisar los planes de estudios para que se adapten a las necesidades del mercado laboral y a las últimas tendencias en el campo de estudio. Es necesario también implementar mecanismos de evaluación continua, que nos ayuden a conocer hacia dónde deberían conducirse las reformas e innovaciones necesarias. La calidad educativa debe estimular  la innovación, la diversidad, debe promover el pensamiento crítico de sus estudiantes, debe contar con docentes e investigadores capacitados, valorados y comprometidos con su tarea.  

La inclusión, la equidad, la calidad, la eficiencia, la autonomía, la participación, el financiamiento y la rendición de cuentas, el fortalecimiento de la internacionalización, las articulaciones necesarias entre enseñanza y evaluación; la tecnología para enseñar y aprender, deben guiar este proceso de reforma. 

La realidad muestra que aún con muchas cosas positivas nuestro sistema de educación superior tiene muchas cosas por mejorar. Es imperativo trabajar desde una perspectiva estratégica de país, porque  no hay herramienta más potente para luchar contra la desigualdad y la pobreza que una educación de calidad. Sin dudas fortalecer la educación superior en nuestro país nos llevará a un mejor futuro para todos. 

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