La otra idea

Por Horacio Rodríguez Larreta

Ex jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires

El anarcocapitalismo y la destrucción del Estado son el camino opuesto hacia un país desarrollado. Lo digo asumiendo el riesgo de ser tildado de zurdo o comunista, algo que probablemente haría a Marx revolcarse en su tumba. 

La visión libertaria parte de una premisa simple, casi religiosa: una vez destruido el Estado, el mercado, por sí solo, generará crecimiento económico y la riqueza se derramará automáticamente sobre la mayoría de argentinos que hoy vive en la pobreza. Pero hay un problema: ningún país en el mundo funciona así. El anarcocapitalismo ignora los desafíos que la globalización y el cambio tecnológico han creado en el mundo. E ignora también las profundas desigualdades que se generan, que en nuestro país son cada día más dramáticas.

Mi visión es muy diferente: creo en el desarrollo. Desconfío de todas las posiciones extremas, sean del signo que sean.

La experiencia argentina nos ha enseñado que el despilfarro del gasto público, la mala gestión, el exceso de regulaciones absurdas y el déficit crónico han sido una catástrofe para nuestro país, y son la causa de los altos impuestos, la inflación y la pobreza que padecemos. No se trata aquí de volver al pasado. Pero tampoco irnos al otro extremo, de eliminar el Estado. El necesario equilibrio fiscal es condición necesaria, pero de ninguna manera suficiente. El desarrollismo contemporáneo se basa en la idea de que el Estado, inteligente, tiene un rol en el desarrollo económico y en la inclusión social.

Los países que han alcanzado altos niveles de desarrollo, como los nórdicos, Canadá, Alemania, o Corea, entre otros, han implementado políticas que combinan una economía de mercado dinámica con un Estado que promueve el crecimiento y que garantiza, entre otras cosas, educación, salud y seguridad social de calidad para todos sus ciudadanos. Este enfoque ha demostrado ser superior y ha generado estabilidad económica, alta calidad de vida y cohesión social. Lamentablemente, no hay casos anarcocapitalistas exitosos de este siglo con qué comparar el modelo desarrollista, y habría que remontarse al medioevo para poder evaluar la implementación real de esta filosofía en una sociedad.

Ademas, la visión desarrollista es hoy la más respetada en el campo académico de los economistas, y es la que han seguido los países que más han crecido en las últimas décadas. Es decir, ofrece una ruta probada, que ha mostrado resultados concretos en el mundo. 

El Desarrollo argentino no es una utopía, es un sueño alcanzable si implementamos las políticas adecuadas. Implica invertir en educación y formación profesional, que genere trabajo calificado. Promover la innovación, la ciencia y la tecnología, aplicadas a la producción en todas sus formas: el comercio, los servicios, el agro y la industria. Construir las infraestructuras necesarias para un país grande y federal. Abrir mercados en todo el mundo para duplicar las exportaciones. Ahora, también significa garantizar el equilibrio social, asegurando que todos los argentinos tengan acceso a las oportunidades y recursos necesarios para prosperar.

El verdadero cambio no es la destrucción del Estado, sino su transformación y modernización. Necesitamos un Estado eficiente, transparente y orientado a resultados, que actúe como facilitador del desarrollo. Un Estado que genere estabilidad, previsibilidad y que promueva la inversión. 

El Estado no debe ser un lastre ni un obstáculo, pero tampoco hay que hacerlo desaparecer.

La idea del Desarrollo es nuestra nueva frontera. La visión estrecha del gobierno representa una vuelta al pasado, a ideas mesiánicas que han fracasado en repetidas ocasiones. La historia nos enseña que los países que han adoptado políticas de desarrollo inclusivo han logrado construir sociedades más justas, prósperas y sostenibles.

Es hora de hacer lo que falta: una Argentina desarrollada, inclusiva y justa para todos. La otra idea. 

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