Lecciones para la utopía del desarrollo

Juan Delgado

Lic. Ciencias Políticas (UBA).
Asistente Dirección Ejecutiva MAD

En un encuentro reciente en MAD, los politólogos Tomás Bril Mascarenhas y Carlos Freytes compartieron su visión sobre el desarrollo económico de Argentina y los países en desarrollo. Expusieron cómo las dinámicas internacionales, el rol del Estado y las estructuras productivas locales impactan las oportunidades de crecimiento. También reflexionaron sobre la necesidad de un cambio estructural para superar las limitaciones del sistema actual y avanzar hacia un desarrollo sostenible y equitativo.

Recientemente el equipo de MAD participó de una serie de encuentros con especialistas en desarrollo, con el objetivo de construir una radiografía precisa de la realidad argentina y de los caminos posibles para mejorar y crecer. Recibimos la visita de historiadores, politólogos y economistas con especialización en los principios del desarrollismo, tanto como movimiento de ideas como de expresión de una interpretación específica de la relación entre Estado, las fuerzas económicas, la sociedad civil y la política.

En el segundo encuentro, contamos con la visita de Tomás Bril Mascarenhas y Carlos Freytes. Sus investigaciones, junto al equipo de Fundar, se centran en la creación de conocimiento crítico sobre los desafíos que el mundo actual presenta a los países en desarrollo. Además, sus trabajos buscan evaluar aspectos centrales de la realidad socioeconómica argentina focalizándose en las fortalezas y debilidades de nuestro entramado productivo.

En su exposición, Bril y Freytes comenzaron por dar una definición del desarrollo como un “proceso de cambio estructural por el cual una sociedad mejora sus niveles agregados de riqueza”. En otras palabras, las sociedades desarrolladas son aquellas cuya actividad económica evoluciona desde sectores de baja productividad a otros de alta productividad basadas en la innovación. Señalaron que el desarrollo económico es una condición necesaria para aumentar el bienestar promedio y establecer un piso mínimo de condiciones materiales para todos. El desarrollo requiere, pero no es sinónimo de crecimiento económico.

Como complemento de esta definición, Bril y Freytes nos otorgaron algunos criterios de análisis que sirven para derribar algunos mitos acerca de las necesidades de nuestro país en su camino hacia el desarrollo.

En primer lugar, el contexto internacional actual de una globalización cada vez más fragmentada, implica que el desarrollo es un proceso profundamente nacional. La inserción internacional no perjudica este proceso, sino que hace necesario que las decisiones acerca de cómo integrarse a las cadenas de valor internacionales sean estratégicas y adaptadas a la circunstancia de cada país. En esa misma línea, los expositores señalaron que, para economías como la de Argentina, el salto exportador es clave para alcanzar el estatus de economía desarrollada. En cuanto a qué exportar, las respuestas no son concluyentes. Argentina -otro mito desmentido en el encuentro- no cuenta con la proporción de recursos naturales necesarios para igualar su trayectoria de desarrollo a la de países como Canadá, Australia o incluso Chile. En paralelo, tampoco es cierto que el salto exportador ocurriría sólo anclado en el sector industrial. Bril y Freytes resaltaron la capacidad argentina en servicios y en algunos sectores intensivos en recursos naturales como posibles palancas para el desarrollo.

Más adelante en su exposición, los investigadores hicieron un breve repaso por las corrientes económicas actuales que estudian el desarrollo. La más interesante de ellas es la expuesta por académicos como Hausmann, Stiglitz y Dani Rodrik (quien fue recientemente invitado por MAD a exponer sobre estos temas en la Universidad de Buenos Aires). Estos economistas coinciden en que la teoría estándar del crecimiento (Consenso de Washington) no brindó respuestas satisfactorias para generar desarrollo, especialmente en países periféricos. La perspectiva del macrodesarrollo, en cambio, sostiene que el desarrollo no ocurre de manera automática por dinámicas de mercado: el Estado debe cumplir un rol de catalizador e impulsor del cambio estructural del sector productivo privado. Las fallas de gobierno que conlleva tal intervención son ineludibles, pero pueden ser morigeradas adoptando criterios de racionalidad para intervenir en fallas de coordinación y en fallas de mercado. La perspectiva del macrodesarrollo sirve para analizar el derrotero de las economías del este asiático (Corea del Sur, Taiwán, Singapur y Hong Kong) que, a partir de 1970, lograron superar lo que se conoce como la trampa del ingreso medio. Vale recordar que, en los últimos 50 años, solo 13 economías lograron superar dicha trampa y 9 de ellas lo hicieron o bien por el ingreso a la Unión Europea o bien por el hallazgo de ingentes reservas de hidrocarburos. Los denominados “Tigres Asiáticos” generaron un tipo particular de articulación entre Estado y actores privados que, entre otros elementos, favoreció la constitución de una clase empresaria en condiciones de competir en mercados internacionales y la resolución de demandas distributivas por medio del autoritarismo político sumado a políticas de inclusión a través del empleo y la educación.

Para nuestro país y nuestra región, emular la trayectoria de los tigres asiáticos no es posible (por un contexto geopolítico y social ciertamente distinto)  ni deseable (dado el régimen autoritario que en aquellos países se utilizó para resolver pujas distributivas que suelen actuar en detrimento de soluciones rápidas a problemas de desarrollo productivo).

América Latina tiene características históricas que han actuado como limitantes para superar la trampa del ingreso medio. En particular, Bril y Freytes destacan dos: la preponderancia de empresas multinacionales en la estructura productiva de nuestras economías y la alta exposición a mercados internacionales de crédito. En cuanto al primer punto, dichas empresas mantienen sus actividades de investigación en sus casas matrices, desplazan a los empresarios locales de las actividades dinámicas e intensivas en conocimiento y tecnología y, en consecuencia, determinan una baja demanda de calificación de la fuerza laboral. En cuanto al segundo aspecto, las perpetuas crisis de deuda de las economías latinoamericanas suelen ser resueltas priorizando el pago a acreedores por encima del crecimiento, con resultados poco favorables para el desarrollo productivo.

A esto debe sumarse la inestabilidad política que ha impedido la conformación de una coalición política y social consistente en el tiempo con un enfoque en el desarrollo económico. Y también debe considerarse la fragmentación de los actores socioeconómicos en todos sus niveles: el empresariado, dividido entre filiales multinacionales y grupos domésticos de diferente grado de inserción en cadenas de valor globales y sectores laborales divididos en formales e informales. Todo lo cual atenta contra niveles de igualdad necesarios para la sostenibilidad política y económica de cualquier estrategia de desarrollo a largo plazo.